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La función de la atención y el interés en el desarrollo emocional y cognitivo el bebé

                         

A. y H. Dubinsky

22 de septiembre de 1996

 

Trataremos en este trabajo de cómo el interés de la madre por la mente del bebé y  el apasionado esfuerzo del bebé por ampliar su relación con ella hasta abarcar comunicación explícita y comprensión emocional, modelan el desarrollo. También nos ocuparemos del impacto sobre el bebé de situaciones en las que, a pesar de su buena disposición, la madre quizá no sea capaz de mostrar interés por los sentimientos y pensamientos de su bebé.

Cuando la madre no es capaz de responder de una manera adaptada a los sentimientos del bebé, se va erosionando la confianza. El niño se aparta de la gente, o se vuelve resignado y pasivo, o adopta una conducta de resistencia pasiva o todo lo contrario, de rebelión. Puede darse en el bebé el sentimiento de haber perdido a la madre o de que ésta ha sido sustituida por una figura más bien inerte. Se encuentra entonces el bebé en un estado de no integración que es reflejo de la vivencia de haber perdido a la madre amante, y por tanto haber perdido también la seguridad más primitiva y esencial: la de sentirse sostenido.

Examinaremos estos temas a la luz de una  observación infantil llevada a cabo por la Dra. Marina Bardishevsky de la Universidad Estatal de Moscú, a quien agradecemos habernos permitido usar sus notas.

El bebé Andrei

Andrei vive con sus padres que tienen entre 20 y 30 años, su hermana y su abuelos maternos. Su hermana tiene 3 años y medio más que él. La madre, una mujer con sentido práctico y también capaz de dar calor y expresar amabilidad, volvió a sus estudios dos semanas después de dar a luz a Andrei. Aunque a la observadora le dijeron que el bebé se llamaba Andrei, en la familia le llamaban “él” durante las primeras semanas. En las primeras observaciones se notaba  reticiencia por parte de la madre a participar de lleno con el bebé. La observadora pensaba que quizá  no hubiera sido un embarazo planeado. También se hizo aparente que la madre ponía exagerado énfasis en el control de las funciones corporales del niño. Daba  la impresión de que prefería ocuparse ded  desarrollo de éstemás que entrar en una relación emocional.

En las primeras visitas la observadora no vio contacto visual entre bebé y mamá. A las tres semanas y media  la abuela  le dice a la observadora que Andrei distingue entre la cara de ella y la de la mamá. Andrei se está quedando dormido en brazos de la mamá, cada vez que cambia la entonación de ésta en su conversación con la observadora  él abre un poco los ojos. La semana siguiente la mamá muestra gran ternura al despertarle. Una semana después, cuando Andrei tiene ya un mes y una semana, la observadora nota que la mamá le llama por su nombre.

Cuando Andrei tenía dos meses la observadora escribió: La abuela abre la puerta y al entrar presencio ‘una escena de amor’ en el pasillo. La mamá está de pie con Andrei en los brazos. Se están mirando el uno al otro y Andrei está ‘devorando’ a la mamá con los ojos. Está como traspuesto de admiración y no le quita los ojos. Tiene la cabeza un poco echada hacia atrás, a una distancia óptima para contemplar la cara de la mamá, que también le está mirando a él, pero está claro que la iniciativa ha partido de Andrei. Parece como si  él la hubiera atado en ese contacto visual.

Era el apasionado interés de Andrei por su mamá lo que había causado ese estrechamiento emocional entre los dos. El estaba absorto, captando apasionadamente la belleza de su mamá (Meltzer, Reid) y la vida que brillaba en sus ojos. No es de sorprender que la observadora notara que Andrei dormía menos durante el día.

La mamá dijo que  llevaba ya bastante tiempo con el bebé en  brazos y que le iba a poner en el sofá. Se sienta allí con la hermanita y le dice a Andrei: “Quédate ahí un poco, que si no te vas a acostumbrar a que te lleven en brazos y luego no nos vamos a entender”.  El no protesta  y sigue con los ojos fijos en ella. Está tumbado de espaldas pero con la cabeza vuelta hacia la mamá y la parte superior del cuerpo como si  se estuviera levantando hacia ella [...] Tiene la boca abierta, está haciendo burbujas con la saliva y sacando la lengua; mueve los labios mientras escucha la conversación de su mamá  conmigo”.

La observadora pensó que Andrei estaba imitando el movimiento de los labios de su madre. Tan fascinado estaba con la conversación que parecía que estaba tomando parte. La madre, sin embargo, se sentía amenazada por las exigencias de esa relación.

Habla de sus amigas, cuyos bebés se han acostumbrado desde el principio a estar en brazos. Ahora, incluso cuando están cocinando tienen que llevar en brazos a bebés que ya tienen 8 o 9 meses y que pesan.  Andrei guarda silencio, como si se estuviera concentrando por completo en la visión de la cara de la madre y no es capaz de vocalizar  a la vez que mantiene tan activa e intensa percepción. [La mamá en seguida coge un sonajero y se lo agita].El gira la cabeza y mira al sonajero. La mamá intenta sacarle una reacción más viva  [le dice que lo mire].Le acerca  el sonajero pero él no hace intentos por tocarlo [...]

La mamá se ha dado cuenta de que Andrei está más interesado en ella que en un objeto inanimado.

La mamá se inclina hacia Andrei, le levanta un poco la cabeza [...], intenta “hablar” con él. Agacha la cara por encima de la de él, sonríe, le mira a los ojos y dice “agoo - agoo- agoo” . Andrei la mira con  toda su atención, suelta unas burbujas de saliva, contiene la respiración y por  fin dice un inesperado “agoo” con delicada y finísima voz (en comparación con la fuerza y el volumen de los gritos cuando tiene hambre). Se le dibuja una amplia sonrisa en la cara. Se repite la secuencia.

Aunque quizá quería controlar a Andrei, la mamá se estaba dirigiendo a su mente: quería que él respondiera al amor que había en sus ojos y a la invitación de su voz a que imitara los sonidos que ella estaba haciendo. Ella esperaba que él comprendiera lo que le estaba expresando. La sonrisa de Andrei fue un reconocimiento del placer de ser capaz de responder de forma visible a la comunicación verbal de la mamá y de expresar de esta manera su amor por ella.

Ciertamente, durante los primeros meses de vida, la confluencia del estímulo de una madre y el interés apasionado de un bebé por ella, por su cara, sus ojos y su voz, amplían la relación entre ellos a más allá de la intimidad vital de la alimentación, limpieza y consuelo. Entre madre y bebé se desarrolla un lenguaje compartido para la comunicación explícita de emociones. Es un lenguaje que va más allá de la comunicación de aflicción y de consuelo; es el lenguaje del tacto recíproco, contacto visual, sonrisas, expresiones faciales, vocalizaciones; un lenguaje con el que se puede expresar amor y que supera el poder expresivo del grito del bebé. El uso de continuidad en el vínculo entre esas dos personas y la repetición de signos hace posibles las delicias del reconocimiento de una comprensión mútua. El desarrollo de este lenguaje común da a entender que madre y niño descubren en el otro una mente capaz de pensar, de sentir y de aprender a partir de la experiencia (Dubinsky y Bazhenova).

Un poco después en esta misma observación la mamá decide poner a Andrei otra vez en su cuna. Le da el chupete para que acepte la decisión con calma. A Andrei no le gusta estar en la cuna, se pone de lado, fiija la mirada en el lateral del armario que está laqueado, arruga el ceño y chupa con fuerza el chupete. A los dos minutos empieza a llorar con fuerza (la mamá, la hermanita y yo seguimos al lado de la cuna, mirándole).

En su desconsuelo Andrei por unos momentos se aleja de mamá. Al sentir que perdía su estrecho vínculo emotivo con ella necesitaba sostenerse por sí solo fijando la mirada en la superficie brillante del armario y chupando su chupete. Esto corresponde a la descripción dada por Mrs Bick de cómo los bebés se sostienen a sí mismos y evitan estados de desintegración agarrándose mediante la atención de los ojos y  los oídos, y apretando con manos y boca (Bick, 1968). Pero a Andrei le vence el dolor.

La observadora escribió: La mamá dice que es natural que a los bebés les guste ir en brazos , le coge, le aprieta el estomaguito contra su pecho. Le consuela, él se calla al cabo de un minuto (normalmente no tarda más que unos segundos en callar cuando está triste y mamá le coge) [...] Una vez tranquilo, Andrei vuelve a echar la cabeza para atrás para poder ver mejor la cara de mamá, y vuelve a “amarla con los ojos”. La mamá sonríe y habla con él: “Agoo, Andrei, agoo”. Esta vez Andrei repite “agoo” varias veces y sonríe. La madre se ríe.

En este episodio, a pesar de su cuidado (al principio mantuvo la distancia refiriéndose a los bebés  en general), la mamá queda conquistada por Andrei que logra comunicarle con los ojos su amor. Luego ella le habla de un modo que invita al diálogo, y la respuesta de Andrei es un canto de amor.

Cuando Andrei  tenía 2 meses y 2 semanas la observadora le encontró a solas con la abuela. Esto es lo que escribió:  Me quedo de pie un rato delante de la cuna de Andrei, como a metro y medio de distancia. Me sorprende ver que Andrei no está dormido. Está echado de costado y puede ver toda la habitación y la ventana. De vez en cuando abre los ojos un poco, mira al frente, sonríe... Es difícil entender qué es lo que le hace sonreir. A veces sonríe después de mirar en dirección mía durante uno o dos minutos con los ojos medio cerrados. A veces  se da media  vuelta y se queda de espaldas ,cierra los ojos  un rato y sonríe sin abrirlos. Me da la impresión de que está ... medio despierto, inmerso en sensaciones  agradables. Confirmo esto al notar que cuando abre los ojos y mira a un objeto su expresión es menos móvil, ni siquiera parpadea. Cuando cierra los ojos y  entra en sí mismo los músculos faciales, los labios, las cejas se mueven sin parar; le cambia la expresión de la cara en un instante y de forma fluida. A veces son expresiones de sorpresa, a veces de placer, a veces no sé lo que es, y me da la impresión de que está probando diferentes combinaciones de tensión y relajamiento de los músculos.

Es probable que Andrei estuviera soñando despierto con un diálogo entre él y la mamá, y que estuviera usando la presencia de la observadora como representación simbólica de la mamá ausente. No olvidemos que no hacía participar a la observadora, más bien la usaba para evocar la imagen de su madre. Esta simbolización se basaba en la internalización de una madre con la que él se mantenía en contacto visual. Esto contribuyó al establecimiento de una autonomía basada en la internalización de figuras buenas.

 

 Volvamos ahora a la observación.  La abuela se acerca a la cuna y “conversa” con Andrei. Se agacha hacia él, le capta la mirada, le sonríe continuamente. Con firmeza y tranquilidad le pasa la mano por el estómago, por el costado, por la cabeza. Le dice “Andrei, eres un buen chico”. Coge un sonajero y se lo acerca a la cara, Andrei no hace caso del sonajero pero mira fijamente a la cara de la abuela . Después de unos segundos la sonríe; es una sonrisa nueva, del tipo “respuesta tímida”. Luego esa sonrisa se va  ensanchando hasta que aparecen arruguitas, los ojos se vuelven meras rendijas y cuando ya está plenamente sonriendo vuelve la cara del otro lado, con coquetería, como si le diera vergüenza. Pero después de unos segundos vuelve otra vez la cara y entra en contacto visual con la abuela de nuevo. La segunda y tercera vez  que hacen esto Andrei vocaliza un “aghee” muy suave. La abuela le anima a “entablar conversación”. Mientras la escucha saca la lengua de forma rítmica, con intensidad, estirando los labios.

En este intercambio al principio Andrei estaba tímido con su abuela porque a quien él había estado evocando en sus sueños era a la madre, no a ella. Sin embargo , en seguida entra en diálogo amoroso con su abuela.

Cuando  tenía 2 meses y 3 semanas, la abuela le dijo a la observadora que  dos días antes  había estado muy triste Andrei, tras una separación más larga que de costumbre en que la mamá se había ido al campo con la hermanita dejándole a él con ella, la abuela.

La abuela [...] va a ver a Andrei. Está de espaldas, con las manos cerradas en puñitos. Al principio no reacciona al acercarse ella. Sigue en la postura en que estaba, y mantiene la misma expresión de la cara, no se vuelve para mirarla, tiene la vista fija en el techo. La abuela le toca las manos, luego le acaricia la cabeza, se inclina hacia él y le dice en tono  comprensivo: “ ⁄ Qué manos más frías! Todos te han abandonado, te han dejado solo, mi buen chico”. La abuela dice que cree que está mojado. Está en lo cierto. Me sorprende ver que no protesta como normalmente lo hace cuando está incómodo físicamente. La abuela le acaricia el estómago, intenta consolarle hablándole hasta que por fín él sonríe un poquito: se le relaja la boca, pero las comisuras de los labios tiran para arriba.

Al principio Andrei estaba en parte relajado, y en parte tenso. Estaba con los ojos pegados a algo y sosteniéndose a sí mismo con los puños cerrados. Una parte de él, la parte a la que le había tocado la pena de sentirse mojado y abandonado, se había hecho pedazos. (Este hacerse pedazos el self, descrito como falta de integración por Mrs Bick corresponde a la escisión pasiva del self a la que se refieren Mrs. Klein y el Dr. Meltzer (Klein, 1946), (Meltzer,         )

La abuela le dice a la observadora que Andrei lleva solo como una hora y media, que al principio había estado contento, hablando solo y mirando ocupadamente alrededor. Le cambia ella el pañal después de indicar la mamá de modo irritado que ella no quiere hacerlo. La mamá no mira hacia Andrei, ni le presta atención. Sale rápidamente  de la habitación para ir a prepararle la comida. Andrei se queda pasivamente de espaldas. Sus movimientos son lentos y poco amplios: va girando las piernas, una primero, luego la otra. Tiene las manos pálidas, los puños cerrados. No deja de mirar al techo.

La hermana de Andrei se sienta cerca de él. Se ríe en tono alto. Andrei se vuelve hacia ella pero ni sonríe ni se mueve. La abuela trata de animarle. Le habla, le pregunta qué le  pasa. Le dice que diga algo. Andrei mira a su abuela y hace esfuerzos por vocalizar abriendo mucho la boca pero lo único que hace es refunfuñar y quejarse. Por fin  dice un “gue” suavecito, que fue la única vocalización positiva en esta observación. Luego frunce el ceño, abre los ojos del todo, arruga la nariz y abre la boca como  para llorar en silencio. Para que no llore de verdad  la abuela le coge y  le tiene en brazos.

 

Andrei había sufrido un estado de desintegración que le había paralizado. Al cabo de un poco tiempo, la atención cariñosa de su abuela le ayudó a pasar a un estado de integración mayor, y fue capaz de expresar su ternura hacia ella. También fue capaz de vivenciar su tristeza e intentó llorar.

Al poco rato, la abuela, y luego la mamá, le dieron un biberón. Aunque le sostenían hasta cierto punto de la misma manera, con la mamá Andrei estaba tumbado en el regazo, mientras que la abuela le tenía en otra postura al darle la botella. Se diría que Andrei estaba de nuevo en un estado de desintegración. Andrei perdía interés y dejaba de chupar; tenía la mirada clavada en el techo y  a la mamá le afectaba su total falta de interés por ella. En vano trataba ella de captarle la mirada preguntándole : “¿a dónde miras?”. La observadora anotó: “Por fin cuando el biberón estaba ya casi vacío Andrei volvió la cara hacia su madre y la miró, pero sin la ternura que había demostrado en  observaciones anteriores.”

 

Por unos momentos Andrei se alejó de la madre a quien probablemente asociaba con la dolorosa experiencia que había tenido de verse solo durante mucho tiempo. Los sentimientos del niño hacia su madre habían sido despojados de amor debido a la escisión activa que se hizo más manifiesta unos momentos después.

La madre habló con la hermana de Andrei en tono cariñoso, que contrastaba con el tono tenso y agudo que había usado con Andrei ese día. También la observadora habló con la hermanita, y anotó : Andrei gira la cabeza hacia mí y me escucha. Luego sonríe, manteniendo contacto visual conmigo. Mueve los labios despacio, dibujando sonrisas. Me sonríe de nuevo invitándome a comunicarme con él. Le hablo. Ahora Andrei  dirige su mirada a la cara de su madre, luego hacia el frente y emite un quejido.

En las semanas que siguieron la observadora presenció diálogos amorosos entre Andrei y su mamá.  La mamá comentó que le gustaba más quedarse en casa y cuidar a los niños que asistir a su curso.

Cuando Andrei tenía 4 meses y 3 semanas la observadora anotó que la madre le dió el biberón echada de costado en el sofa con él al lado. La semana siguiente empezó a darle sólidos en esa misma postura. Una semana después, al coger a Andrei para cambiarle después de haberle dado una comida de patata y manzana, él exploró el cuerpo de ella con una mano tocándole el vientre y el pecho. Se diría que Andrei quería recrear la atmósfera de intimidad de recibir alimento en brazos de mamá. La mamá parecía un poco desconcertada. Le dijo a la observadora que a Andrei le gustaba que le llevara a la cama con ella por la mañanas y que en esos momentos ella notaba cuánto la quería él. Luego ella quiso mostrar a la observadora que Andrei se podía sentar en el cochecito apoyado en cojines, pero él se puso a llorar y ella le cogió en brazos. Dijo que parecía que no quería estar solo y le puso en el sofá. Decidió que le iba a enseñar a sentarse.

La madre sabía que Andrei estaba expresando su amor, pero ella pasó por alto esa verdad emocional prefiriendo moverle de un sitio a otro, tratando así de ejercer control, quizá a fin de protegerse de la exigencia del afecto de su bebé.

Cuando la mamá le ofreció las manos para que se las agarrara Andrei se quedó pasivo. Parecía que iba a llorar mientras su madre seguía intentando enseñarle a sentarse. Cuando le movió hacia adelante él no parecía entenderla, pero lo que sí que atrajo su interés fueron los dedos de la observadora que quiso atraer hacia sí. A la mamá le preocupaba que fuera a metérselos en la boca. Andrei se fijó en el reloj de pulsera de la observadora, lo miró, lo tocó. Luego  fue dando vueltas desde un extremo del sofá al otro, y casi se cayó. Intentó volver a gatas donde la observadora.
Al hablarle ella  se paró y sonrió brevemente.

Andrei respondió con resistencia pasiva a la insistencia de mamá de que se sentara. Los esfuerzos que ella hacía le dolían porque no tenían en cuenta su interés apasionado en ella. Dio de lado a la madre y se centró en la observadora. En un principio el interés de Andrei por la observadora se había limitado a partes de ella, objetos parciales (Abraham,           ) Quería meterse los dedos de ella en la boca en substitución del pezón de su madre. Quería fijar los ojos en su reloj en substitución de los ojos de su madre.

La observadora anotó:  Andrei está hoy más callado que en visitas anteriores. Hacia el final le oigo  pronunciar sonidos suaves, que me parece que van dirigidos a sí mismo.

 

Andrei luchaba por mantenerse vinculado a personas enteras, aquellas que había internalizado y aquellas que le rodeaban.

 

Cuando tenía 6 meses la observadora anotó: ya no es un bebé que acepte que le dejen solo una hora entera; exige alguien que le hable y juegue con él. La abuela está más dispuesta que los demás a ser su compañera. La madre está muy orgullosa de que ahora es capaz de quedarse solo y de que a veces dice “ma-ma-ma-ma”.

 

Sin embargo Andrei se estaba volviendo cada vez más pasivo, excepto cuando se movía en el tacatá desde donde giraba su atención a cosas que podía coger y llevarse a la boca.

 

Cuando tenía 7 meses y 1 semana la observadora anotó:  La madre dice que hace un poco, cuando volvió ella a casa después de las clases, Andrei, que estaba en su tacatá, la miró al entrar pero no la sonrió. La había mirado atentamente mientras se lavaba las manos y luego  cuando fue a donde él, pero no la sonrió hasta que no se inclinó hacia él.  Me dice a mí la madre que le sorprende la tolerancia y reserva de Andrei, añade que él se portó como si estuviera protestando por no haberle cogido inmediatamente después de entrar.

 

Entra la desconfianza. Andrei esperaba que la mamá diera el primer paso. El no podía mostrar su amor hasta que ella no demostrara su afecto, indicando así que respondería a sus sentimientos. Un poco más tarde ese mismo deia, Andrei se mostró más pasivo en su juego con la madre, respondiendo, creeríamos, a su falta de respeto hacia sus sentimientos y deseos.

Dos semanas después la observadora anotó [...]  en situaciones en que no está seguro de que la gente que le rodea está interesada en él, Andrei centra su interés en objetos materiales. Si no tiene ningún juguete que chupar, se queda sentado y callado. Se le nota más activo cuando tiene un objeto en la boca. Si no, se suele quedar con  una expresión vaga y la mirada fija  en alguna pegatina del frigorífico, en el pomo brillante de la puerta del armario, o el dibujo de las cortinas. En esas ocasiones tiene los ojos y la boca del todo abiertos, la cara sin movimiento alguno y los músculos del cuerpo pasivos.

Al comienzo de una de las observaciones, cuando Andrei tenía 8 meses, se quedó mirando a la observadora sin parpadear y con la boca abierta. La abuela se estuvo quejando de que Andrei no se esforzaba por gatear o sentarse cuando estaba echado, y quue se quedaba pasivo cuando su madre intentaba ponerle las piernas y los pies en posición de gatear.

 Mientras le habla (“ ¿Cuándo vas a empezar a sentarte solo, Andresito?”) la abuela le acaricia el pelo [...] desde la nuca hacia la frente. Los labios de Andrei se mueven y de tener la boca totalmente abierta cambia a amplia sonrisa y viceversa. La abuela me enseña el pelo rubio que le crece a Andrei en la parte de atrás de la cabeza, y lo compara con el  mechón largo y oscuro de la parte de arriba. Andrei tiene la mirada fija al frente en una pegatina del frigorífico[...]

 

Andrei no tenía la confianza de que su cariñosa abuela  pudiera mantener su interés en él mientras hablaba con otra persona. Y otra vez se ve que necesita pegarse con los ojos a algún objeto, como había hecho cuando a la edad de dos meses se sintió abandonado por su madre.

Unos minutos más tarde, la madre se acerca a Andrei, él  intenta ver a dónde está mirando y sigue sus movimientos. No está sonriendo ni moviéndose en la silla, simplemente cambia la posición de los dedos alrededor del trozo de madera que tiene agarrado.  La observadora comenta que  Andrei está esperando a ver qué va a hacer su madre.

La mamá se inclina hacia Andrei y le coge en brazos. Andrei se abraza al cuello de su madre, ella le sostiene con los brazos debajo del culito [...] Le lleva a la ventana y se queda de pie de lado, de manera que los dos pueden ver la ciudad de  noche. Andrei  mira atentamente las luces de la ciudad. La mamá quiere llevarle de nuevo a su silla pero él  intenta posponerlo, agarra la cortina con la mano y tira de ella. La mamá comenta que Andrei está interesado en el dibujo de la cortina. Es cierto que Andrei está mirando a la cortina, y no a su madre o las otras personas que están en la cocina. La mamá consigue colocar a Andrei en su silla, y él inmediatamente traslada la mirada de la cortina a la pegatina del frigorífico.

Al retirar a Andrei de la ventana, no sólo perdió él el espectáculo de la ciudad de noche, también parece haber perdido la sensación de un abrazo cariñoso y de compartir su experiencia con su madre. Y  de nuevo vemos cómo necesita agarrarse a algo con los ojos.

Hacia el final de esa visita la abuela le dice a la observadora que su hija, es decir la madre de Andrei, fue un bebé muy prematuro. Siguió contando que además de ocuparse de su hija había tenido que cuidar a su madre, que estaba muy enferma. Se pregunta uno cuánto tiempo tuvo esta amable mujer para atender a su niñita.  Quizá todo esto sea útil para entender porqué la mamá de Andrei se retrae tan a menudo de la intimidad emotiva.

Cuando Andrei tenía 11 meses La madre habló brevemente con la observadora de su preocupación por la capacidad de Andrei de entender lo que le dice y responder a indicaciones simples. Dijo que se caía continuamente sin echar las manos delante. Ocultaba su ansiedad al hablar tras una sonrisa y un tono de voz alegre mientras comparaba a sus dos niños.

Por esa época la observadora describió a Andrei como lento y pasivo, con expresión vigilante y cuidadosa. La abuela, adorada por Andrei, le daba mucho cariño y atención, pero era la atención de su madre, su primer amor, lo que más contaba para él. En cuanto al padre,  a quien Andrei  admiraba mucho, estaba muy a menudo fuera de casa ya que trabajaba largas horas.

Cuando tenía un año y un mes, en una ocasión en que su abuela le riñó y le dio un cachete, dejó de respirar por breves momentos y se le puso la cara morada. Ese mismo día dejó de respirar otra vez, al negarse a que le vistieran. Estos alarmantes episodios no volvieron a ocurrir. Es probable que Andrei hubiera recurrido de nuevo a la pasividad y a un estado extremo de falta de integración en el self, como defensa.

Andrei se iba conviertiendo en un niño más interesado en objetos y control que en la gente. Parecía batante limitado emocionalmente y a veces se le veía dando vueltas sin objetivo concreto. Las observaciones trasmitían una sensación de vacío.

 

Conclusión

Cuando la fragilidad emotiva de la madre le impide entrar en contacto emocional con los sentimientos y pensamientos del bebé, éste puede evitar más decepciones entrando en un estado de pasividad o alejándose internamente de la madre.  Evita así el dolor psíquico principalmente mediante la desintegración del self. Sin embargo, a menudo una parte del self sigue estando disponible a la adhesión, que lleva a cabo fijando la atención en elementos sensoriales. En un periodo posterior de la infancia esta parte del self se usa para coordinar actividad carente de significado, o para dirigir una atención restringida a partes de gente y objetos que se intenta poseer y controlar.

Quizá la madre no comunique sus pensamientos y sentimientos, o, como en el caso de la madre de Andrei, quizá sea incapaz de tomarlos en cuenta. Al no poder   empatizar con la mente de su bebé, está también operando a nivel de objeto parcial, ya que su atención se limita al bienestar físico del bebé y a aquellas cosas que el bebé ha de hacer. Quiere controlar al niño. Este puede oponerse rebelándose o bien ofreciendo resistencia pasiva. Cuando la madre no tiene la capacidad de soportar la angustia depresiva, el control puede adoptar la forma de querer evitar al niño cualquier experiencia frustrante.

En términos de la descripción de relaciones emocionales propuesta por Bion, el amor mutuo y la comprensión quedan reducidos a -L y -K (Bion, 1962): uso erróneo de Amor y Comprensión tanto por la madre como por el niño.

El desarrollo está entonces en peligro. Las observaciones infantiles y el trabajo con niños que sufren atraso evolutivo, y con sus familias, sugieren que es esencial para el desarrollo una figura materna capaz de dar amor y atención comprensiva al sentir y pensar del bebé. A diferencia de la pseudo independencia basada en control y falta de significado, la verdadera autonomía del bebé depende de la introyección de esa figura.