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"OBSERVACION DE LA RELACION MADRE-BEBE"

- EL MÉTODO

- UNA HISTORIA SOBRE DEPENDENCIA Y AUTONOMIA.

EDNA VILETE*

* miembro efectivo y didáctico de la Sociedad
Psicoanalítica de Rio de Janeiro,

 

La colecta de datos.

Aquel que tiene ojos para ver y oidos para oir, puede convencerse de que ningún mortal es capaz de guardar un secreto. Si sus labios se callan, parlotea con la punta de los dedos, y la revelación gotea por todos sus poros. Por lo tanto, la tarea de hacer consciente los más recónditos recesos de la mente, es un trabajo perfectamente posible de realizar.

Freud. 1905 (Fragmentos del Análisis de un caso de histéria).

La afirmación del maestro, y la sugestión de que el analista utilizará, para comprender al paciente, aquello que habian prendido sus ojos, quedó relegado a un segundo plano, debido al privilegio que se le dió a la libre asociación y a lo que las palabras pudiesen expresar. La observación de la relación madre-bebé, mientras tanto, transportó al setting especialmente creado, la atención libre y flotante de la técnica psicoanalítica, dándole sin embargo a la mirada - y no solamente al oído - la función de dejarse llevar a donde fuesen las secuencias de los fenómenos del momento.

Para llegar, a pesar de eso, a los datos reunidos, necesitamos considerar la importante cuestión de la comunicación humana.

Mucho antes de pronunciar su primer vocablo, el bebé dispone de vías motoras y cinéticas como medios de expresión, defensa y descarga. Decía Spitz (1) ya en los años 5O, que el bebé humano, como otros mamíferos, es precozmente muy capaz de acciones expresivas, las cuales representan actitudes afectivas que traducen determinadas experiencias que está viviendo. Esta capacidad es parte de un bagaje filogenético, un patrimonio que el ser humano ya trae al nacer y que, mediante sus características, establece la diferencia entre uno y otro bebé, revelando pues desde el inicio una forma específica de ser. Así, mientras que a los primeros días del nacimiento un bebé espera tranquilo que la leche gotee en su boca abierta, otro agarra el pecho con fuerza y ansiosamente.

Existen múltiples y variadas formas de expresión no dirigidas, en las cuales se incluyen por ejemplo el llanto, los gestos, las expresiones faciales, la postura, indicios que captados por la madre atenta, se transforman en signos y trazos con un significado, a los cuales ella responde. La respuesta de la madre comienza un interminable proceso de comunicación que se torna más evidente a partir de la sonrisa sociable del bebé desde su segundo mes de vida. Durante todo el primer año predomina este lenguaje corporal, este medio de comunicación de naturaleza cinética, formado por sensaciones provinentes de músculos y de vísceras, que brindan la posibilidad de ser percibidos inconscientemente, percepción ante la cual se reacciona de inmediato, también sin la intervención de la actividad consciente.

El bebé, entretanto, no solamente transmite, sino que también recibe. Él también, a través de su sistema nervioso autónomo, es sensible al equilibrio, a la postura, a la tensión muscular, al contacto, a la temperatura, a las vibraciones y al ritmo. Un lactante puede, pues, captar las señales de ansiedad de la madre a través de la presión que los brazos de ella ejercen, o su impaciencia e irritación a través de la brusquedad de sus gestos o del sonido estridente de su voz, y reaccionar con cólicos o con una descarga de diarrea.

El que observa la relación de la madre con su bebé tendría por eso entre sus tareas, la de apreciar el contacto y el diálogo no verbal de la pareja. Para eso, se le impone como primer requisito que rescate su sensibilidad primitiva, embotada a lo largo de su vida por el uso predominante de los signos verbales, utilizando entonces su empatía cinética, o sea su cuerpo, como caja de resonancia interna de las señales transmitidas por el dúo en observación. Así quedará expuesto a las vagas sensaciones de tensión, placer y desagrado que la receptividad cinética es capaz de provocar, y que se transforman en emociones y sentimientos que él precisa entender y elaborar para llegar a la comprensión de lo que está observando. La posición aparentemente pasiva del observador, como la del que sobre todo escucha y ve, favorece esa receptividad que, según entiendo, es la base de fenómenos introyectivos de identificación, principalmente con el bebé pero también con la madre, verificados a lo largo de todo el proceso.

Pero el observador no se vale apenas de esta comunicación directa realizada en un proceso primario. También la comunicación verbal, las asociaciones libremente hechas por la madre durante su charla con el observador, tal como sucede con el psicoterepeuta en una sesión de análisis, revela su modo de funcionamiento psíquico, así como los sentimientos y simpatías respecto a ella misma y al momento en que vive, o incluso sobre el bebé y el observador. Éste frecuentemente se vuelve confidente de la madre, aquél a quien le revela, directa o indirectamente, sus miedos, inseguridades, tristezas, esperanzas y alegrías. En su soledad, entregada al cuidado del recién nacido, es probable que haya aceptado el trabajo del observador debido a la posibilidad de estar acompañada en este delicado período de su vida. La hora semanal marcada, la presencia empática del observador, atento y no intruso, junto con la necesidad afectiva de la madre -muchas veces regredida e identificada con el bebé- crian terreno favorable a los sentimientos transferenciales, análogos a los que ocurren en situación analítica. Los que están familiarizados con el método saben cómo se resienten las mamás con los atrasos o ausencias del observador, o como pueden inicialmente mostrarse temerosas de sus críticas o reprobaciones, para citar algunos ejemplos de la gran variedad de sentimientos transferenciales que se despiertan.

El observador es afectado, por lo tanto, no solo por las señales que capta, como ya fue dicho, sino también por las palabras que escucha, y la gama de sentimientos y sensaciones que lo poseen pueden ser la contrapartida -la contratransferencia- de los sentimientos de la madre. Así, por ejemplo, la incomodidad y la reluctancia de un observador al terminar la hora, al retirarse, podrían haber sido provocados por la culpa de dejar a la madre sola, cuando ésta se quejaba, insomne y cansada, de cuidar al bebé que había enfermado.

En síntesis, podríamos decir que los datos objetivos, en la observación, son seleccionados por la sensibilidad del observador en su sintonización afectiva con los compañeros de proceso. y obtienen significado por su capacidad de introspección, que los analiza y los define.

La dinámica de la observación.

El observador tiene como objetivo acompañar la relación emocional que se desarrolla entre el bebé y la madre, además del ambiente que los rodea. Una frase que se diga, un cierto modelo de comportamiento mostrado por la madre o el bebé, cosas sucedidas durante la observación, revelan sentimientos y dejan inferir fantasías, piezas que componen un mosaico, un todo que traduce la dinámica de la interacción familiar. En el transcurso de la observación, el observador tendrá la rica oportunidad de ver la estructuración de la personalidad del bebé. Aún con los dotes innatos que le dan su plasticidad y capacidad de adaptación, por su condición de extrema dependencia, el bebé se forma en armonía y contrapunto con las actitudes de la madre y las expectativas que tiene a respecto de él.

Junto al grupo de discusión, durante las reuniones, el observador formulará hipótesis acerca del desarrollo emocional y psíquico del bebé, que se confirmarán o no a lo largo del trayecto, dependiendo no solo de si estas hipótesis son acertadas o erróneas, sino también de la mobilidad de los cambios afectivos entre el par.

Un ejemplo compartido - historia de una observación.

En su primer contacto, la observadora encuentra una pareja acogedora, simpática y extremamente joven. La madre(M) bien gordita, la cara redonda, pareciendo no más de 20 años, informa enseguida que el parto será una cesárea, por su exceso de peso y formación ósea. Le gustaría, dice, marcarla para la semana que viene, aunque la fecha probable sea más adelante, quince dias después. Habla incluso sobre su aprensión en relación al parto, a la internación y a la separación del bebé, y ya está sufriendo por eso. Más tarde, en esa misma entrevista, dice espontáneamente que contará con la ayuda de la madre, pues no se imagina cuidando del bebé sola.

Quince días más tarde le avisan a la observadora del nacimiento. Esta visita a M en la maternidad. Al llegar, la encuentra al lado del bebé, el cual esta dormido, acompañada por su madre, también bastante joven.

"El parto fué normal" dice M, "y tan rápido que ni pude llamar a nadie." Describe el momento: "Nació con los ojos abiertos, mirando todo, no lloró, solo refunfuñó. Lo pusieron en mi pecho y se quedó quietito, pero cuando lo sacaron, lloró. Ya se está poniendo mañoso. Tenía que verlo aquí, hoy, lo levanta un poquito y para de protestar."

Después, al preguntarle a la abuela si era su primer nieto, le responde la madre: "Es el primer nieto, el primer bisnieto, el primer todo. Ya veo que va a ser muy mimado." Y volviéndose hacia la abuela: "¡Ustedes no lo van a echar a perder!"

Enseguida, el bebe se despierta, mueve los bracitos, se encoge todo y parece que se atragantará. La madre, muy asustada, dice: “¡se está atragantando, se está atragantando, agárralo, mamá!" La abuela lo levanta y él se tranquiliza al momento. Entonces le dice a M: “Calma, ves, después dices que soy yo la que lo va a arruinar. Todo el tiempo lo quieres agarrar. ¡Quiero verte sola!" Pone al bebé en la cuna y cuenta su experiencia, cuando la hija, que tenía tres meses, se atragantó. Ella y el marido se quedaron aterrados, porque estaban solos. Declara entonces que se va a quedar con M hasta que se salga el ombligo, pero que después la dejará sola.

El bebé se muestra tranquilo en la cuna y la madre comenta que no le va a dar chupete para no tener que sacárselo después. La abuela está de acuerdo con ello, comentando: “Somos nosotras las que ponemos los defectos en los hijos. Nosotras les enseñamos. Y después no tiene arreglo. ¿Para qué darle el chupete, si después es difícil sacárselo?"

Al oír el relato de los dos primeros encuentros, ya se evidenció, para el grupo de discusión, la existencia de sentimientos vinculados con vivencias de unión y separación. El parto sería temido por significar la ruptura de la íntima relación vivida hasta entonces; representaba quedarse sola, tal vez una amenaza de muerte, de no poder sobrevivir por cuenta propia, probablemente, ya que el atragantamiento del bebé la había afligido tanto. Tampoco ella sabía cómo haría sin ayuda de su madre, no creía en sus posibilidades de cuidar sola de un bebé. Para ella, inclusive, el proceso de separación, de desligamiento, le parecía una cosa abrupta, no natural, como una cesárea, con fecha marcada, al revés de un camino natural, como había sucedido de hecho.

Utilizando las asociaciones oídas durante la observación podríamos preguntar: ¿Qué será echar a perder un bebé? ¿Mimarlo y después dejarlo solo? ¿Equivaldría a tener ayuda hasta que el ombligo cayese y después encargarse de todo sola? ¿Tendría ella miedo de que el nene pasase por lo que ella misma estaría pasando, eso de ser dependiente y después sentirse empujada prematuramente a la autonomía? Por todos esos sentimientos suyos, ¿no se sentiría ella mañosa, y estaría viendo así también al bebé? Pues, si la separación es el destino, ¿para qué estimular el apego? ¿Para qué usar el chupete si después va a haber que sacarlo?

Todas esas inferencias y cuestiones fueron hechas durante la primera reunión del grupo, sugiriendo un cuadro, un modelo, que podría plasmar la relación de la madre con este bebé, y que las observaciones posteriores confirmarían o no.

A la siguiente observación, una semana después, la observadora encuentra a la mamá encantada con su niño y con el reconocimiento que hace de su presencia: "¡Tiene que ver cómo me busca cuando oye mi voz! ¡Hasta vuelve la cabecita para donde estoy!"

Agrega, sin embargo, los siguientes comentarios: "Él es supertranquilo, pero ya se está poniendo mañoso. Anoche agarraba el pecho sólo como chupete y se dormía. Y cuando yo lo colocaba en el cochecito, reclamaba. Se duerme en el pecho y ni mama, pero no quiere quedarse en el cochecito.”

Ayudada por la hermana, atendida por la madre, M también se sentía tranquila, dejándose cuidar por una manicura que le hacian en los pies y las manos, mientras el bebé dormía o se dejaba mimar por un chupete que chupaba plácidamente.

Curiosamente, aquello que ella espera del bebé, es semejante a lo que enseguida le pide a ella su madre, quien le dice al ver al bebé agitándose: Apúrate con esas uñas. ¿Falta mucho para terminar? Ahora no te puedes quedar más tan tranquila. Eso acabó. ¡Él ya está teniendo hambre!"

Durante las semanas siguientes, M sigue com el temor de que el bebé sea malcriado, al mismo tiempo en que se muestra preocupada y ansiosa ante las tareas que tendrá que asumir. Comenta: "Tengo que comenzar a reaccionar porque después me voy a quedar sola. Hoy me levanté temprano y comencé a hacer las cosas. No me puedo relajar." En esa misma vez el bebé empezó a presentar síntomas -cólicos y estreñimiento-. "En cuanto se le cayó el ombligo le comenzaron los dolores de barriga. Ay, mi Dios, ojalá no se le hubiese caído el ombligo".

Con la caída del ombligo, la abuela marca el día en que va a partir. "No me voy a arreglar”, dice la madre. "Preciso conseguir alguien para que se quede conmigo. Ahora él se queda mucho en brazos debido a los cólicos. Ya se está poniendo mañoso. Estoy empezando a acostumbrarlo a que se quede en su cuarto y en su cuna."

Los cólicos y el estreñimiento del pequeño, sin embargo, retuvieron a la abuela en la casa de la hija hasta la sexta semana. M se tranquiliza y el bebé mueve el vientre normalmente. En esos momentos a M le gusta la compañía del bebé, conversa y juega con él, que responde sonriendo. La observadora nota en sí, en ella misma, en tales ocasiones, sentimientos de bienestar, de alegria, de no notar que el tiempo pasa.

Pero cuando M se queda sola, sin haber conseguido una muchacha que la ayudase, vuelven la ansiedad de ella y el estreñimiento del bebé. Algunas semanas después, no obstante, cuando el nene tiene tres meses, M reacciona, diciéndole a la observadora: "Ahora está todo mucho mejor. ¡Dios mío! Al principio uno sufre mucho. Yo lloraba todas las tardes, tenía miedo de que no lo conseguiría. Me moría de miedo sólo de pensar en cuando mi madre se fuese. Estaba aterrorizada, pero ahora ya estoy más tranquila. Estoy consiguiendo hacer todo y conseguí quedarme sin nadie".

M se exige hacerse cargo de las cosas, pero lo exige también del bebé - controla cómo evacua con supositorios o palitos de algodón con aceite, intenta eliminar la mamada de la madrugada dándole solo te y lo deja durante gran parte del día en la cuna, levantándolo sólo para darle de mamar. Habla frecuentemente de su miedo a que se acostumbre mal y se vuelva, así, mañoso.

La descripción de la observadora muestra, sin embargo, un bebé diferente, risueño, comunicativo, moviendo los bracitos y los piernas con fuerza cuando alguien se acerca a jugar con él.

Cuando el bebé cumple cuatro meses, la observadora lo encuentra durmiendo y M le dice que está así pues estubo llorando toda la noche. "Está muy malcriado, se despierta y quiere jugar, así no puede ser." La observadora nota el tono de irritación de la madre y le da pena el pequeño, pena que existe también en M: "Pobrecito, hasta tiene los ojos hinchados... pero tiene que aprender. Creo que dí un susto a todo el edificio. Mi hermano, que vive aquí al lado, me gritó por la ventana y le tuve que explicar que lo estaba dejando llorar a propósito. El padre lo quiso agarrar y no lo dejé. Lloró, gritó hasta que se cansó y se durmió. Voy a hacer eso todas las noches, hasta que aprenda."

El bebé se despierta en ese momento, alegre, sonriendo, haciendo gracejos, y el observador se sorprende con su capacidad para recuperarse de la desagradable experiencia de la noche anterior. Sin embargo, cuando alguien se acerca, se pone rígido y mueve la barriga hacia delante, mostrando claramente que quiere salir del cochecito. La observadora siente de nuevo pena del bebé, y se da cuenta de que quiere levantarlo.

Una semana después, M le dice que el bebé está rechazando el pecho. “Se queda jugando, pero no quiere chupar." La observadora lo ve hacer la misma cosa con la mamadera -juega, muerde y sopla el chupete, pero no toma el jugo-. Ese mismo dia la madre trata de darle el pecho. En el momento que lo coloca en posición de mamar, el niño se agita, vuelve la cabeza y el torso para atrás, se pone tenso en los brazos de M, rechazando el pezón basta cuando M se lo pone en la boca. Al cambiarlo de seno, repite los mismos movimientos.

Un mes más tarde M comenta: "Está casi sentándose, le encanta quedarse sentado, no veo la hora de que se quede jugando solo. Ahora está dando menos trabajo, casi no llora. ¡Pobrecito! A veces se queda acostado por horas en la cuna. Yo lo levanto porque se debe cansar mucho.”

El deseo de la madre de que el bebé crezca rápido parece ser recíproco. Con cinco meses él hace fuerza para quedarse sentado, con seis ella le compra un andador que él mueve con la punta de los piés, a los ocho gatea rápidamente por toda la casa, a los diez ya está caminando solo. Se vuelve un bebé listo, curioso e independiente, que exige, por ejemplo, que la madre le dé el biberón en sus manos para que él lo destape y lo tome sólo. Perece, sin embargo, agitado, con gestos bruscos, Inquieto, se mete en todos los rincones de la casa, tocando y desarreglando todo, lo que deja a la madre irritada e impaciente. Y también él se pone irritado y agresivo cuando no consigue alcanzar lo que quiere o le impiden hacer cualquier cosa.

A medida en que el bebé consigue autonomia por sus habilidades motoras, se hacen más frecuentes sus peleas con la madre, como si hubiese una disputa para ver quién manda más. M le habla con severidad, dándole órdenes o prohibiéndole cosas, y él reacciona, protestando con el cuerpo, encaprichándose, hasta imitándola, emitiendo sonidos como si él también estuviera dando órdenes. M comenta: “Está viendo, es así, mire cómo hace, quiere imponerse en serio”.

La observadora revela sus sentimientos durante los episodios descritos. A veces se sentía impotente probablemente identificado con el bebé- frente al rigor y a las imposiciones de la madre; y a veces se afligía con las dificultades de M y sentía deseos de ayudarla a atender a su hijo.

El grupo acompañó el relato durante catorce meses, sorprendido muchas veces con las constataciones -el expresivo lenguaje corporal del bebé al estreñirse de vientre, por ejemplo, reteniendo las heces en los momentos de ansiedad y pérdida sufridos por la madre, o haciéndole notar, a quién se aproximara, su intenso deseo de salir de la cuna, o hasta rechazando el pecho y promoviendo su propio destete, después del triste episodio de su noche de lágrimas. El grupo pudo, además, comprobar cómo un bebé, al principio ávido de contacto y compañía, se aparta después de la madre, huyendo deliberadamente de ella, como muestran las últimas observaciones, tratando probablemente de liberarse de su yugo.

Muchas más y muchas otras inferencias, podrían hacerse a partir de la experiencia que se relató, pero que no cabrían ni en el espacio ni en el propósito de nuestra mesa redonda. Fue presentado, solamente, para ejemplificar la aplicación del método y dar testimonio del rico aprendizaje que proporciona, confirmando lo que enseña Aristóteles cuando dice: "Aquel que vea crecer las cosas desde el principio, tendrá de ellas la mejor visión".