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PRIMER COLOQUIO INTERNACIONAL DE OBSERVACIÓN DE BEBÉS

 

VÍNCULO K (KNOWLEDGE) Y EL DESARROLLO DE LA CAPACIDAD PARA PENSAR OBSERVADOSEN EL PAR MADRE-BEBÉ Y EN EL ANÁLISIS DE NIÑOS”

 

Marisa Pelella Mélega

Barcelona

 

26 - 29 Septiembre 1996


VÍNCULO K (KNOWLEDGE) Y EL DESARROLLO DE LA CAPACIDAD PARA PENSAR OBSERVADOS EN EL PAR MADRE-BEBÉ Y EN EL ANÁLISIS DE NIÑOS”

 

Marisa Pelella Mélega



I - Introducción

Para esta presentación, uso las contribuciones de Bion a la teoría del pensamiento, su ampliación del concepto de identificación como un medio de comunicación realista entre la madre y el bebé, el concepto de “reverie”, la receptividad de las Identificaciones Proyectivas del bebé (sus comunicaciones) y su transformación por la capacidad de elaboración onírica Alfa materna. Aún, el Vínculo K, forma particular de relación objetal que dice respecto a la percepción, dice respecto a un proceso que lleva al conocimiento.

lein concibió la función parental como moduladora del dolor mental del bebé para que el desarrollo tenga éxito.

Bion tuvo una visión epistemológica de la función parental. La madre tiene que realizar funciones mentales, a fin de que el bebé pueda, con introyección gradual de esas funciones en sus objetos internos, aprender a realizar tales funciones por sí mismo. Según Bion, la mente se desarrolla por la adquisición del conocimiento de sí mismo y de los propios objetos internos y externos. Es un camino que va de la ignorancia hacia la sabiduría. Es un crecimiento que va de la dependencia absoluta de las funciones mentales parentales hacia una autonomía mental, sirviéndose de la relación de conocimiento (vínculo K) entre o self y los objetos internalizados, autonomía entendida como la capacidad del individuo de atender sus propias necesidades, solucionar sus frustraciones por la condición de pensar a partir de sus experiencias emocionales.

El camino de la ignorancia hacia la sabiduría, hacia la percepción y comprensión del significado de las propias experiencias emocionales es deseado por el ser humano. Freud lo llamó de instinto epistemofílico. Mas también es temido y evitado por el desplacer envuelto. La tolerancia al dolor y al frustración es una pre-condición para el individuo estabelecer vínculos K (de conocimiento).

En “Una teoría del pensamiento” W. Bion (1962) añadió una nueva dimensión al pensar. Además de la de examinar y resolver conflictos emocionales, el pensar pasó a ser visto como teniendo la función de crear significados. La mente pasó a ser vista como una entidad de adaptación al mundo externo, mas como un mundo significante en el que ocurre el crecimiento de la personalidad. El pensar a partir de emociones constituye, entonces, la materia-prima del crecimiento personal.

Bion no consideró suficiente la noción de conflicto amor versus odio para teorizar sobre su práctica clínica que le mostraba problemas ligados a la emoción y a la anti-emoción. Desarolló una teoría de los afectos en la que discriminó tres tipos de vínculos en las relaciones íntimas:

- vínculo de amor (L) y anti-amor (-L)

- vínculo de ódio (H) y anti-ódio (-H)

- vínculo de conocimiento (K) y anti-conocimiento (-K)

Según esa teoría, la experiencia emocional es transformada en pensamiento toda vez que acontece el vínculo de conocimiento (K). Tal transformación se da a través de un misterioso proceso por acción de lo que él llamó de función Alfa, resultando primeramente en una imagen onírica. La imagen onírica es el primer pensamiento, es el primer significado de la experiencia emocional, es la piedra fundamental sobre la cual se apoyan todos los otros posibles niveles de pensamiento más elaborados (abstracciones y generalizaciones).

Las primeras realizaciones de la función Alfa en la vida del ser humano son hechas por la madre. Cuando el bebé está siendo amamantado, está siendo alimentado con la leche y con el funcionamiento de la mente de la madre. Ella transmite al bebé a través de sus ojos, de su voz, de la forma como lo sostiene, ”algo” en forma simbolizada y que le da condiciones de tener una imagen onírica, de comprender, de dar sentido a lo que está experimentando, dando inicio a un pensamiento.

II. -

La observación de la relación madre-bebé método Esther Bick nos proporciona la posibilidad de acompañar algunos momentos de la intimidad de dicha relación y de estudiar lo que acontece en el trayecto entre la emoción y la producción de la imagen onírica (representación de la emoción). Nos aproxima del “área de misterio” donde actúa la función Alfa.

Sabemos que es primeramente la madre quién realiza la función Alfa por el bebé y esa función recibió el nombre de “Reverie”. Como ya dijimos, el bebé, al ser amamantado, recibe leche de la madre vehiculada a través de su manera de mirarlo, de su voz dirigiéndose a él, de su forma de sostenerlo con firmeza y acogimiento, y de su estado de mente empático con la fragilidad y dependencia del bebé. Transmite de esa forma al bebé lo que ella elaboró a partir de lo que percibió del estado emocional del bebé y no a partir de sus propias fantasías.

Júlia está con tres meses y siete días y la observadora (*) describe en la supervisión escenas recogidas durante la visita a la familia:

... la madre se aproximó de la cuna y Júlia, al verla, agitó los brazos y sonrió demoradamente. La madre se inclinó sobre la cuna y, dirigiéndole la mirada, le preguntó si estaba con hambre. Júlia respondía “A-rru” seguidamente. La madre la levantó de la cuna para cambiar su pañal. Mientras tanto, hablaba con Júlia y con la observadora. Al terminar de cambiarla, la madre levantó Júlia, la sostuvo contra el pecho y volvió a indagar si estaba con hambre, a lo que ella respondía con “A-rru”. Fueron hasta el living donde el padre estaba telefoneando, y la bebé fue acostada en el sofá al lado del padre; enseguida, la madre se sentó y, mientras conversaba con el marido sobre asuntos a ser resueltos durante el día, se quitó la blusa, colocó Júlia en el regazo, mas no le ofreció inmediatamente el pecho. Júlia emitió un lloro fuerte y la madre le aproximó el pezón, la bebé lo abocó con fuerza, mamando seguidamente por unos cinco minutos. Se atragantó por dos veces, se apartó y rápidamente retornó al pecho. Mecía con la mano derecha en el regazo de la madre mientras mamaba; su mano izquierda estaba suelta y, en cierto momento, su madre la palpó y percibió que estaba fría. La calentó con su propia mano, mientras miraba en los ojos de Júlia. En ese momento, Júlia miró para los ojos de la madre y soltó el pezón. La madre dijo: “¡Pronto! No miro más, continue mamando, mocita”. La recondujo al pezón y la bebé lo cogió, lo succionó y lo dejó, sonriendo, miraba en los ojos de la madre, hablaba “A-rru” y pasaba la manita en el pecho. Esa escena se repitió tres veces. Por fin, la madre supuso que ella no quería más mamar, y la colocó de pie en su regazo para que eructase.”

Los detalles muy bien observados en esas escenas presentadas permitieron entrar en la intimidad de esa relación madre-bebé, en la que Júlia fue teniendo la experiencia de ser comprendida en sus comunicaciones, mostrando incorporar tales configuraciones de comprensión.

La boca-pezón-leche es acompañada por los ojos-mente-atención-comprensión de la madre. No es difícil imaginar que Júlia esté “pensando”, dando sentido a la relación con el pecho y con la madre, produciendo “reconocimientos” y símbolos (sonrisas, miradas y “A-rrus”). Las experiencias de acogimiento y transformación descritas posibilitan la introyección de un pecho pensante.

III. -

Lo que dificulta el inicio de la vida de un bebé es tener una madre que no desarrolló identificación con un pecho pensante, para que pueda transformar lo intolerable en tolerable. De ese modo, ella no pudo responder creativamente (con reverie) para las identificaciones proyectivas del bebé, dando significado, mas sí devolviéndolas sin significado y, frecuentemente, acrecidas de su propia angustia, una experiencia aterrorizante e innominable para el bebé.

La continuidad de experiencias de esa naturaleza puede llevar el bebé a la introyección de un objeto que no comprende, que no transforma, y a un vínculo anti-conocimiento (-K).

La relación de amamantación de Arminda ocurrió de forma bien diversa de la de Júlia, como podemos acompañar en algunas visitas de observación que supervisioné. En la primera, Arminda agarró y succionó el pecho ofrecido por la madre. La madre, entonces, dijo: “Despacio, porque duele... si continúa doliendo, voy a darte la leche en polvo, que tu abuela sugirió”. La bebé continuó succionando, y la madre dijo: “Voy a procurarte una madre que sepa dar de mamar”. Arminda continuó mamando hasta adormecer en el pecho. Su madre dijo: “No duermas, no, nena, sino la mamá tiene malos pensamientos”, y la despertó.

Arminda tornó a succionar y, en un cierto momento, la madre dijo: “¡Basta de mamar!” y la quitó del pecho. Contó entonces para la observadora que, frecuentemente, Arminda se quedaba llorando, y ella lloraba junto. Pensaba que fuese dolor de barriga y preguntaba si su leche era buena. Mientras tanto, la bebé volvió a adormecerse, y la madre, nuevamente, se mostró afligida y la movimentó para despertarla.

En la segunda visita, la observadora encontró la madre muy angustiada porque la bebé no paraba de llorar. La madre la sacudía en el regazo, mas no conseguía calmarla. Le ofreció, entonces, el pecho, que la bebé cogía y dejaba, hasta que, en la sexta tentativa, empezó a succionar.

En la tercera visita, Arminda adormeció en el regazo después de la mamada, y la madre la estimuló para que despertase. La bebé se despertó, lloró y vomitó. La madre intentó calmarla y la nena adormeció. La madre, entonces, dijo: “No duermas, hija, quédate un poco con la mamá, no me dejes sola”.

Las conductas descritas nos hicieron pensar lo cuanto que la madre se sentía incapaz, sin confianza en sus recursos para modular y transformar las comunicaciones del bebé (“No sé lo que pasa cuando ella llora”; “¿Será que mi leche es buena?”; “Tengo malos pensamientos cuando ella duerme”).


Podríamos asimismo afirmar que, aunque esté disponible para con la bebé, y hasta sufrir junto con ella, está bajo la “influencia de fantasías” generadoras de angustias, que dificultan la percepción de su real desempeño como madre, la percepción de lo que realmente el bebé precisa. En esas condiciones no hay reverie, no hay posibilidad de crear nuevos significados, la experiencia emocional presente y actual de la madre en interacción con su bebé, no está siendo percibida y transformada en símbolos-pensamientos.

Ella interpreta el lloro como hambre y la continuación del lloro como ella ser incapaz de satisfacer el hambre del bebé. Para ella, la niña adormeciendo, equivale a estar muriendo. Es evidente que el bebé está siendo solicitado a ser continente de la angustia de la madre (“No duermas, hija, quédate un poco con la mamá, no me dejes sola”).

Conjeturamos lo cuanto que el bebé estaba siendo estimulado, por precisar mostrar a la madre, continuamente, que estaba vivo. Observamos que estaba tornándose un bebé agitado, que reía y lloraba, daba carcajadas, vomitaba frecuentemente después de la mamada y no dormía de noche. La madre dijo no aguantar el lloro del bebé y ofrecía su regazo continuamente para calmarla. Pensamos lo cuanto que el bebé estaba teniendo que ocuparse de la angustia de la madre, que lo invade a todo momento. Meses más tarde, el observador fue informado por la madre que Arminda presentaba insomnio todas las noches.

Arminda no estaba progresando en su capacidad de continencia psíquica- herramienta indispensable para la autonomía. La madre de Arminda no estaba teniendo condiciones suficientes de realizar la función Alfa por la bebé, para que ésta pudiese introyectar con estabilidad tal funcionamiento.

La necesidad constante de contacto sensorial de la bebé con la madre nos hizo pensar cuán poco se había desarrollado la mente simbólica de Arminda.

 

IV. -

¿Habría sido esa también la experiencia infantil de Gianni?. Él fue traido a mi consultorio en brazos de la madre, presentando un cuadro de parada del desarrollo. No aceptaba alimentación, no había empezado a andar ni a hablar, y estaba con 22 meses.

Sin duda, había factores específicos de la relación de los padres con Gianni, generadores de tal bloqueo en el desarrollo, mas encontramos también en ese caso, una insuficiencia de la reverie materna que posibilitase la formación de vínculos de conocimiento (K), que resultasen en símbolos.

En el momento en que fue ofrecido un continente transformador - la relación analítica - Gianni retomó su desarrollo, activando su capacidad simbólica, cuyos inicios fueron extraordinarios. Demostró una progresiva autonomía en la sala. En el tercer mes de análisis, comenzó a andar y pasó a entrar él solo.

En la primera vez que él entró solo, deambuló por la sala, en una actitud de reconocimiento, encendió y apagó el interruptor de la luz, y yo acompañé sus movimientos, hablando: “abrió”, “cerró”. Él miró para mi boca, para la bombilla que encendía y apagaba, y pareció estar uniendo mi boca y habla, con su dedo en el interruptor y luz. Pasó a hacer lo mismo con el interruptor de fuera de la sala y, en ese momento, yo abrí el grifo de la pila y él retornó a la sala, vio el chorro de agua y me pidió, estirando los brazos, para levantarlo. Él tocó el agua con las manos, rió con felicidad, habló cosas incomprensibles, lame la mano mojada y me mira. Le digo que “encontró un mamá”, y él continuó tocando el agua y lamiendo sus dedos, pasando agua por el rostro, como que revistiéndose de aquella agua.

El flujo de agua fue una continuidad que lo atrajo, como mi habla. Él fue estableciendo equaciones simbólicas entre el interruptor que encendía y apagaba la luz que entraba por sus ojos y mi boca que, abriendo y cerrando hacía salir palabras que entraban por su oído y que testimoniaban mi atención-comprensión por lo que hacía y buscaba.

Gianni estableció vínculos con mis ojos-atención, mi boca-palabras, representantes sensoriales de mi funcionamiento mental. Un pecho-mente hablante y pensante, que lo alimenta de significados, promoviendo su vida de fantasías y el proceso de formación de símbolos.

El agua del grifo que fue ecuacionada a mi habla fue ecuacionada a “un mamá” (*), que equivale al pecho que lo alimenta, y que él usó inmediatamente, transfiriéndolo para la madre. De hecho, en la sesión siguiente, la madre informó que ahora él la llamaba de mamá.

 

V. - Pecho-Pensante, Superego Pensante, Superego Anti-Pensamiento

La teoría del pensar de Bion habla de un “pasaje misterioso” denominado función Alfa, que va de la experiencia emocional a su representación en imagen onírica, en símbolo.

En su artículo “Além da Consciência” (“Más allá de la Consciencia”), D. Meltzer considera que esa zona de misterio modifica el concepto de superego. Si la primera realización de la función Alfa en la vida del bebé no es realizada por éste, sino por la madre, tenemos que considerar su introyección como un superego pensante. Ese superego pensante será el iniciador del pensar, siempre que el self se depare con una nueva experiencia emocional, para la cual no tenga equipamiento para pensar. Es indispensable tener un objeto pensante, que pueda ser reactivado siempre que el self se depare con una nueva experiencia, para continuar el desarrollo emocional.

(*) en português “un mamá” significa algo que el niño puede mamar.

La historia de Ugo, ocho años, contada por la madre en la primera entrevista de evaluación, dejaba vislumbrar la predominancia de un vínculo anti-conocimiento. Desde la amenaza de aborto, ella pasó a sentirse muy insegura, aún cuando a partir del tercer mes, el embarazo hubiese transcurrido normalmente. Ugo fue amamantado desde la maternidad, mas demoraba para mamar, y lloraba tanto, que después de quince días fue introducido el biberón.

En el tercer mes, fue añadida la papilla, mas él no la aceptaba. La madre insistía mucho, lo forzaba a comer y también el padre se quedaba irritado con él. Ella sabía que la conducta estaba errada, mas no soportaba que él no comiese.

Hasta hoy, esa dificultad persiste y es una “guerra” a la hora de comer.

Ese pequeño relato nos hizo pensar tanto en una actividad proyectiva de los padres en el bebé, cuanto en un factor constitucional del niño, un “bad-feeder” que precisaría de una madre confiante en sí misma, con capacidad de aguardar, soportando la demora de su respuesta, de confiar en la creación de significados de vida para su bebé, en vez de, inmediatamente, dar significados de muerte.

En la sala de análisis, Ugo primeramente se presentó con una gran inmobilidad física. Sentado en el diván, movimentando apenas las manos, mientras “me lanzaba” preguntas del tipo “¿Adivina...?”. Él estaría preguntando: ”¿Adivina si estoy vivo? ¿Adivina si voy a continuar viviendo?”.

Fui percibiendo que relacionarse, para él, era un juego de adivinación, más que un diálogo para intentar comprender uno al otro. El miedo era de ser invadido con mis palabras, ideas, y entonces él ni escuchaba el sentido, es más, recusaba sistemáticamente lo que le decía. ¿Como las cucharadas de comida que la madre le ofrecía?.

Además de la dificultad de incorporar alimento, Ugo tenía dificultad de aprender en la escuela. Pasaba la tarde haciendo las lecciones con la madre al lado, comportamiento que recordaba el de la alimentación.

La experiencia analítica con niños como Ugo, exige del analista una gran capacidad de lidar con identificaciones proyectivas violentas, intrusivas, en las que se llega al límite de la tolerancia y ¡próximo a la ruptura de una relación!. Pienso haber sido esa la manera de Ugo evolucionar del vínculo amor-ódio para el vínculo de conocimiento (K).

En la transferencia, él me hacía vivir el bebé sometido, forzado a comer por una madre y padre violentos, teniendo él ahora los sentimientos violentos que iba depositándolos en la analista.

El estado de mente de violencia se manifestó inicialmente bajo la forma de una bola de plastelina que él tiraba con toda la fuerza entre dos almohadas del respaldo del diván. Seguidamente, se transformaba en un juego de troca de almohadas, que iba creciendo hasta ser lanzada con mucha fuerza y, por fin, se convertía en una lucha en la que yo aguantaba la almohada que él golpeaba como un boxeo. Todo el tiempo de las sesiones de ese período era ocupado por el boxeo y lo que yo fuese comentando no era llevado en consideración por él. Cuando yo pedía una pausa para que intentásemos comprender lo que estaba pasando en aquella sesión, él toleraba muy mal la espera y me apresuraba para que continuáramos.

Y si yo así no lo hiciera, él se acostaba en el diván e interrumpía el contacto conmigo. Pienso que él sentía mi actitud como una recusa a acompañarlo, frustrándolo en su actividad placentera, de cualidad erotizada, la lucha. Tal juego tendría el beneficio de hacerlo experimentar la posibilidad de “entrar”, de ser tomado por un objeto y aprender a colocar dentro de él un objeto.

Pensamos que Ugo vivió la experiencia de una madre que no consiguió acogerlo dentro de sí, en su mente, intentando descubrir y darle lo que precisaba, y él, un bebé sin capacidad de tomar una madre para dentro de él, ni su leche, ni los significados que ella daba a lo que él expresaba.

Continuando la experiencia de proyectar sus fantasías de violencia y sadismo, ahora siendo él el activo-agresor y no el pasivo-sometido, llegamos a lo que pienso haber sido el “turning point” de ese análisis.

Así, en una determinada sesión, limito su lucha con la almohada, por estar tornándose intolerable y, al abrir la caja, le sugiero substituir la lucha por una dramatización entre muñecos. Elijo un muñeco mujer, un niño y un bebé, y él se sienta en el diván y me pide dos muñecos hombres y un niño. Inicia la dramatización en un punto del cual no puedo verlo. Él me dice que es una lucha porque va a haber un rapto de un niño. En un cierto momento, Ugo muerde la mano del muñeco raptor hasta arrancarla y pasa a morder las otras diciendo que va a devorarlos, y así arranca brazos y piernas con los dientes, hablando como si estuviese transformándose en un monstruo, escupiendo las partes mordidas en el suelo y tirando los restos del muñecos con violencia contra la pared, totalmente dentro de la dramatización.

Finaliza diciendo que todos están muertos, el padre está muerto, sólo sobró el bebé. Una semana después, él tiró todo el material de su caja, conservando apenas un guante de boxeo (hecho de una toalla y un saco de estopa), probablemente en un gesto de librarse de todo lo que fue obligado a aceptar.

En las sesiones siguientes, el “guante de boxeo” se tornó una bola que él me pidió para intentar acertar dentro de su caja vacía, que él defendía colocándose enfrente.

Comenté que “estábamos comenzando de nuevo”, que había un bebé que estaba comenzando a comer, mas resistía y una madre había de ser “bien lista” para conseguir que él pusiera algo dentro de su boca.

Ugo escuchó y pasó a jugar ahora defendiendo bien menos la meta y dejando entrar muchas más veces la “bola”.

En las sesiones siguientes, fueron alternándose los juegos (de incorporación / de hacer entrar), acompañados de una conducta de tomar sorbos de agua de la pila de la sala, y movimientos de expulsión a través de la conducta muscular y del desprecio por lo que iba diciéndole. LLegó a un punto en el que me agredió físicamente y yo suspendí su acción, diciéndole haber límite para la aceptación y para la tolerancia y que podía esforzarse para mostrar lo que él sentía de otro modo. Él se “recogió”, sentándose en el diván, sin mirarme, mostrando mucha hostilidad. Le dije como él estaba frustrado al ver que yo no podía aceptar todas sus manifestaciones. Él me escuchó, mostrando fisionomía de ódio y, con cierto desprecio, tiró la última cosa que había en su caja e hizo un gesto como que devolviéndola y se marchó antes de terminar la hora.

En la sesión siguiente, él pasó a comunicarse por gestos, sin hablar. Escribió en la mesa de formica con un lápiz que había traido de casa y propuso luchar por 20 minutos con las reglas que hiciéramos y lo restante del tiempo sería para conversar. Después de ese acuerdo, él se levantó y fue a tomar agua en la pila.

En las sesiones siguientes, después de la lucha, él tomaba con frecuencia sorbos de agua de la pila que fueron alternándose con la escucha de lo que iba diciéndole.

Poco a poco, fue aconteciendo un diálogo entre él y yo que resultó en la expansión de su actividad simbólica, con una gran producción de imágenes gráficas

Comentarios finales:

Tenté mostrar de que modo la experiencia de observación de la relación madre-bebé, método Esther Bick, y la experiencia de supervisión de la observación de la relación madre-bebé dan la oportunidad de entrar en la intimidad de los procesos de formación de símbolos, área de misterio, donde actúa la función Alfa, de acuerdo con la teoría de Bion.

Escenas tomadas de visitas de Observación, como las de Júlia y de Arminda, parecen contar algo de los inicios de un camino simbólico, exitoso o frustrado.

Como que en un salto imaginativo, pudimos acompañar repercusiones de las perturbaciones en la reverie materna y en el ambiente, al tomar contacto con las escenas del análisis de Gianni y de Ugo. Gianni, con una parada del desarrollo psico-motor y Ugo con una inhibición para alimentarse y para el aprendizaje escolar, manifestaron su capacidad para aprender de la experiencia, crear símbolos y pensar a partir de las emociones.

Resumen:

La autora parte de la teoría de pensamiento de Bion, que entiende el pensar como lo que crea significados para que ocurra el desarrollo de la personalidad.

Enfatiza la observación de la relación madre-bebé como siendo un campo de estudio de los procesos simbólicos y describe escenas de observación y escenas de análisis de niños que presentaban perturbaciones en el aprender por la experiencia emocional.

Bibliografía:

BION, W. (1962)“Una Teoría del Pensamiento”. Volviendo a Pensar, cap. IX

BION, W. Aprendiendo de la experiencia. Paidós, Buenos Aieres, cap. XII

MÉLEGA, M. P. “Constituição x Ambiente: Diáologo Decisivo na Formação e Transformação Psíquica”. Revista Brasileira de Psicanálise, vol. 27 nº 4, São Paulo, 1993, pp. 681-705

MÉLEGA, M. P. “Supervisão da Observação da Relação Mãe-Bebé: Ensino e Investigação”. Revista Brasileira de Psicanálise, vol. 29, nº 2, São Paulo, 1995, pp. 263-282

MELTZER, D. “Além da Consciência”. Revista Brasileira de Psicanálise,

vol 26, nº 3, São Paulo, 1992, pp. 397-408